Querido Padre.

No entiendo por que me miras así, quiero saber en que momento algo cambio para que me trates así.

Tal vez crecí, tal vez no creí, tal vez me rendí, tal vez nisiquiera llegué a lo que es intentar para ti.

¿Cual es el motivo de palabras tan duras?                                         Se que esperas más de mi, pero no doy a más con tus expectativas surrealistas sobre mi.

Tengo 13. Tenía 12. Tenía 10.

Ya sé que nunca llegué al pedestal al que me pusiste.

Ya sé que te diste cuenta que nunca lo haré.

Ya sé que aún tienes esperanzas.

Pero no sabes que las esperanzas no son más que un intento desesperado de verte a ti reflejado en las victorias que fuerzas que nunca pasan.

Segunda, tercera, cuarta.

Un paso que doy, un paso que tiene tu supervision.

No satisfecho con aquel resultado solo me recuerdas tu decepción.

Creo que quieres motivarme con esas palabras.

Pero lo único que haces es matarme por que me duele esforzarme para no obtener nada.

Esta bien que me quieras ayudar, eres mi padre, lo entiendo, me das lo que a ti no te pudieron dar.

Pero yo no soy tu, intenta ponerte ponerte mi lugar con una perspectiva más comprensiva.

Sé más claro, sé más amable, no me grites más, porfavor.

Solo quiero que me abraces y me digas que ya todo pasó.

Que todo lo ocurrido será un recuerdo borroso en mi memoria o que todo fue un mal sueño que tuve en mi imaginación.

Llámame tu amor de nuevo, tengo fé en que podemos empezar de cero, que nunca cambié o que nunca cambiamos.

O tal vez que llegué a tus metas y por fin obtuve el afecto que no brindaste.