Podríamos considerar que la esencia poética, como cualquier manifestación artística, tiene sus raíces en la singularidad del individuo y en las experiencias que forjan su ser. La capacidad de percibir la belleza en la cotidianidad y expresarla a través de la poesía puede ser intrínseca, emergiendo de las profundidades de la identidad personal.
No obstante, la vida misma, con sus vicisitudes y desafíos, actúa como un crisol que moldea la sensibilidad del individuo hacia el arte poético. Las circunstancias de la vida, ya sean adversas o benévolas, pueden despertar la chispa creativa latente o proporcionar el contexto necesario para cultivar la expresión poética.
Así, en esta dualidad entre naturaleza y crianza, el poeta podría encontrar su origen en una combinación única de predisposiciones innatas y la interacción con las circunstancias que definen su existencia. La poesía, en última instancia, se manifiesta como un diálogo entre la esencia individual y el tejido de experiencias que enriquecen y dan forma al alma del poeta.
En conclusión, la cuestión de si el poeta nace o se hace es un entrelazamiento complejo de elementos innatos y circunstancias de vida.